lunes, 3 de junio de 2013

De la revolución al exilio: la generación de Blanco White



Alberto Lista
1. La generación sevillana “de la Revolución”: entre el Antiguo y el Nuevo Régimen


Esta generación bien pudiera llamarse de la Revolución, porque cuando ésta estalla en Francia (1789) cuando la edad media del grupo se aproxima a los veinte años; también podría calificarla de Ilustrada, puesto que las coordenadas intelectuales de sus integrantes están determinadas por dicha ideología; asimismo podría denominarse de la Transición, ya que todos viven plenamente el cambio del Antiguo al Nuevo Régimen; sin embargo opto por llamarla Generación de 1808 por varias razones. En primer lugar, porque dicha fecha marca un hito crucial en nuestra historia contemporánea; luego, porque en esos días la edad media del grupo se acerca a los cuarenta años, lo que significa que todos han terminado su formación, que todos están situados socialmente y que todos se ven obligados a tomar partido por unos hechos que determinarán su trayectoria posterior.
La Generación sevillana de 1808 está integrada fundamentalmente por trece hombres, siendo la diferencia de edad entre el mayor y el menor de catorce años. He aquí los integrantes:
Justino Matute y Gavina (Sevilla, 1764-1830), Joaquín Mª  Sotelo (Almería, 1766-Sevilla, 1831), José Marchena y Ruiz de Cueto (Utrera, Sevilla, 1768-Madrid, 1821), Manuel Mª del Mármol (Sevilla, 1769-1840), Francisco de Paula Castro (Sevilla, 1771-1827), Manuel Mª  Arjona (Osuna, Sevilla, 1771-Madrid, 1820), José Mª  Roldan (Sevilla, 1771-1828), Félix José Reinoso (Sevilla, 1772-Madrid, 1841), Eduardo Vácquer (Cádiz, 1772-Sevilla, 1804), José Mª  Blanco White (Sevilla, 1775-Liverpool, 1841), Alberto Lista (Sevilla, 1775-1848), Francisco de Paula Núñez y Díaz (Sevilla, 1776-1832) y Manuel López Cepera (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1778-Sevilla, 1758). A estos trece hombres deben sumárseles dos epígonos: Fernando Blanco (Sevilla, 1786-1849), hermano de Blanco White, y Félix Mª  Hidalgo (San Fernando, Cádiz, 1789-Huelva, 1835), que, aunque menores de edad, participaron activamente con el grupo. Ciertamente no todos tienen la misma importancia en el terreno de las ideas, de la estética o de la historia, pero lo que aquí importa no es su papel individual, papel que en algunos casos (Blanco White, Lista, Marchena, Reinoso, Arjona y Mármol) ha sido objeto de estudio, sino su consideración como generación, su consideración como minoría selecta -y por tanto desarraigada- de una sociedad que le tocó vivir una de las épocas más interesantes y más desgarradoras de nuestra historia contemporánea.
[…]
En palabras de Lista, "el grande vínculo que a todos unía entre sí era el deseo de consagrarse a todos los progresos del saber y a los buenos principios en todas las facultades, señaladamente en las letras humanas". Salvo la publicación en 1797 de un tomo titulado Poesías de una Academia de Letras Humanas, publicación que al decir de Lista provocó "una verdadera revolución en el gusto y en las ideas de la sociedad culta de Sevilla", la incidencia en la ciudad de las actividades realizadas por el grupo es mínima, sin embargo, una vez superada su etapa de formación y ya asentados socialmente, emprenderán una serie de tareas que sí repercutirán ampliamente en la sociedad de su tiempo. Estas actividades se agrupan en torno a la docencia y la prensa. Todos padecen una "obsesiva preocupación pedagógica" y como herederos de la Ilustración entienden que la renovación española sólo es posible a partir de un profundo cambio de mentalidad. Esta modernización que pretenden no es nada fácil y, para abrirse paso en la selva de la ignorancia, han de combatir contra enemigos anónimos o contra adversarios declarados, es decir, contra un pueblo alejado de toda preocupación científica y adormecido por la inercia de la tradición, y contra ciertos segmentos sociales que en vez de abrirse a las luces se contentan con burlarse de ellas y vilipendiarlas. Un grupo de estos es el clero (que controla la enseñanza y la cultura), al que ellos pertenecen y del que recibirán las más duras críticas, pues nunca les perdonarán la transgresión del orden establecido. De este desarraigo (ser miembro y no ser reconocido como tal) nace lo que Abellán denomina "el conflicto del ¡lustrado", pues "al renegar de una línea considerada como la tradición del catolicismo oficial, muchos les hicieron aparecer como extranjerizantes (afrancesados) y enemigos del espíritu nacional".
Este conflicto irá aumentado con el paso del siglo, acentuándose trágicamente con la llegada de los franceses, momento crucial en la vida de estos hombres de iglesia que sufren más descarnadamente que otros sus problemas de fe y de política, pues se hallan entre dos fuegos: por un lado, su propio grupo social y la tradición católica, que nunca abandonarán, y, por otro, el compromiso ético con su tiempo que los llevan a adoptar posturas arriesgadas en personas de su condición.
Los devotos del nuevo espíritu científico, manifestado por la aceptación de la observación como único método capaz de comprender el mundo y por el rechazo del principio de autoridad, son una minoría, minoría a la que pertenecen los hombres del grupo sevillano, sin embargo, hay que advertir que luchan ya a contracorriente, pues si se educaron en los últimos años del reinado de Carlos IV, años en los que parece triunfar el programa del Despotismo Ilustrado, cuando intentan poner en práctica sus conocimientos y llevar a cabo sus sueños la revolución en el país vecino y el terror subsiguiente mediatizarán sus ideas porque provocarán que larvadamente comience a organizarse una vieja tendencia española que estallará con toda virulencia en los acontecimientos de 1808. Frente a esta tendencia ellos oponen la enseñanza como único sistema de salvación y la mayoría participará de alguna u otra manera en la enseñanza. Durante 1803 y 1804, Blanco White sirve sin retribución alguna la cátedra de Elocuencia y Poesía de la Sociedad Económica, que en 1806, a petición de Matute y según el plan establecido por el propio Blanco, crea la cátedra de Humanidades, atendida sucesivamente por Lista, que la deja al ocupar la cátedra de Retórica y Poética de la Universidad, y Reinoso. Si Arjona se nos manifiesta como un incansable fundador de academias y Mármol personifica el autodidactismo impetitente, Lista encarna el maestro que todos los ilustrados llevaban dentro, pues desde que a los trece años ocupó la cátedra de Matemáticas de la Sociedad Económica hasta su muerte en 1848 no hizo otra cosa que fundar colegios, enseñar, dar clases y educar a la mejor juventud de España, como dijera Larra.
[En concreto Alberto Lista fue el primer director del Instituto San Isidoro, vinculado a la Universidad de Sevilla y decano de los centros públicos en la enseñanza secundaria andaluza].
Más repercusión tuvieron como periodistas, actividad que se divide en dos momentos, antes y después de 1808, fecha que marca el límite entre una etapa estética-social y otra política. La primera gira en torno a un solo periódico, El Correo Económico y Literario de Sevilla, y abarca desde octubre de 1803 hasta mayo de 1808 […]
La revolución de 1808, la invasión napoleónica y la guerra civil supusieron para el grupo sevillano, como para el resto del país, una falla en su vida y en sus actividades. El Correo desaparece y en su lugar lo ocupan otros periódicos. El más importante es el Semanario Patriótico, que en su etapa sevillana (del 1 de diciembre de 1808 al 31 de agosto de 1809) dirigen Antillón y Blanco. Al decir de Alcalá Galiano era un periódico muy próximo a las ideas francesas de 1789 y "el más preciado y respetado, y el que más influjo ejercía". Para Moreno Alonso es "el exponente más representativo de la revolución ideológica con anterioridad a la reunión de las Cortes". El Semanario se convirtió en el órgano de las doctrinas más avanzadas, en el defensor de la libertad y de la igualdad de todos los españoles, en un creador de opinión como nunca se había conocido hasta entonces en España, opinión que al radicalizarse dio lugar a que la Junta Central, temiendo males mayores, lo cerrara. Sin embargo su semilla arraigó en Sevilla, pues en torno al periódico creció una tertulia en la que junto a Blanco encontramos a sus viejos amigos Arjona, Reinoso y Lista, que, tras el cierre y alentado, protegido y financiado por la Junta, funda El Espectador Sevillano (del 2 de octubre de 1809 al 29 de enero de 1810) publicación de carácter doctrinario-político y signo liberal creado expresamente para explicar los fundamentos del parlamentarismo con el fin de preparar la monarquía constitucional. Otro periódico es A Sevilla libre, fundado por López Cepera en 1812 tras el abandono de la ciudad por las tropas francesas.

Fuente: Juan Rey, “Los escritores sevillanos en el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen”, Cauce, 13, 1990: http://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce13/cauce13_09.pdf



2. El exilio liberal

Los liberales sufrieron un largo y repetido exilio, que se inicia en 1814 y se repitió en 1823; y al que salieron tanto los afrancesados (Juan Antonio LlorenteJuan Meléndez ValdésLeandro Fernández de MoratínAlberto ListaMariano Luis de Urquijo, etc.) como los patriotas gaditanos.

Primer número de El Español (1810), publicado en Londres por Blanco White


Los liberales escogieron sobre todo Londres, varios de ellos bajo la protección de Lord Holland (los anteriormente citados, otros previamente expatriados, como José María Blanco White, y muchos otros: Antonio Alcalá GalianoJoaquín Lorenzo VillanuevaJaime VillanuevaJosé Canga ArgüellesVicente SalváAntonio PuigblanchFrancisco Javier Istúriz, etc.) Otros eligieron Gibraltar, cuya proximidad les permitía intervenir en las conspiraciones insurreccionales (la de Torrijos, 1831 -por las mismas fechas fue ajusticiada Mariana Pineda, que se convirtió, como Torrijos, en un mártir mítico para los liberales españoles-), y donde también posteriormente tuvieron origen algunos evangelizadores protestantes (que pudieron entrar en España tras la revolución de 1868 -Juan Bautista CabreraManuel Matamoros-).



Fusilamiento de Torrijos, pintura de historia de Antonio Gisbert, 1888.
Mariana Pineda

También fue Francia un destino muy elegido, donde llegaron a convivir afrancesados y patriotas (en ciudades como París y Burdeos -donde pasó sus últimos años Goya, en contacto con Leandro Fernández de Moratín y un grupo de españoles entre los que estaban comerciantes y financieros como Juan Bautista Muguiro y Martín Miguel de Goicoechea, que emparentó con el pintor-14 ).
En Portugal se radicó otro grupo de exiliados liberales españoles. En la colonia española de Lisboa conoció Espronceda a la que sería su mujer, Teresa Mancha, hija de un militar liberal exiliado (1826-1827).
La diáspora liberal española fue decisiva para la internacionalización de la clase política y la difusión de ideas y prácticas políticas, en ambas direcciones (los españoles se impregnaron de la cultura europea al tiempo que exportaban una particular imagen romántica de España -exotismo- y suscitaban un interés serio por su estudio -hispanismo-). La difusión exterior de la Constitución de Cádiz de 1812 fue tal, que llegó a imponerse como modelo constitucional para en las revoluciones de 1820 en Portugal e Italia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario